Entre las equivocaciones graves que van surgiendo en torno a la Gran Vía madrileña, una de las más importantes es la imprevisión absoluta con que se trató el problema de los estacionamientos de coches. Esta medida, a pesar de que costó gran trabajo el adoptarla por la oposición que presentó la entidad que financiaba el proyecto, resultó a todas luces ineficaz e insuficiente, pues el alivio que pudiera suponer para el desarrollo del tráfico los 35 metros de ancho de calle, venía contrarrestado desfavorablemente por la mayor altura que se permitía a las edificaciones, permitiendo una concentración de locales comerciales y de oficinas superior al establecido en el primer trozo.